jueves, 27 de marzo de 2014

Lacerado

Eran un hato de miserables con pretensiones tratando de impresionarme con sandeces. Yo me mordía las uñas y entre bostezos buscaba tu rostro entre la gente, con la certeza de que no estabas, por inercia.

Por más veces que revise el teléfono no será tu nombre el que lo haga resplandecer. Madrid me abruma. Odio todos los lugares en los que he vivido. Quizá también a ti, odiar resulta genérico.

Crecí entre los reflejos del sol proyectados en la blancura de las casas andaluzas, el perfume a azahar y las rayuelas pintadas sobre el asfalto de un callejón. A expensas del Mediterráneo, de prestado. Deseando irme.

Echar de menos se ha convertido en una necesidad. Te empujo una y otra vez, por costumbre. Siempre demás, con fecha de caducidad.

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