lunes, 22 de marzo de 2010

Dolor

Temblaba en la oscuridad, escondida debajo de la cama. La respiración agitada movía el polvo acumulado. Necesitaba que las voces cesaran. Con un portazo, el silencio invadió la casa.

Se dirigió hacia el baño. Desesperadamente revolvió los cajones, en uno de ellos, la encontró. Agarró con decisión la cuchilla y comenzó a realizarse cortes horizontales en el brazo izquierdo. La sangre teñía su ropa y salpicaba la alfombra. Los cortes eran profundos, disfrutaba viendo como la sangre brotaba, era granate. Se sentía liberada, sus problemas desvanecían.

Notaba como sus fuerzas iban disminuyendo, haciendo un esfuerzo, caminó hasta el salón. Descolgó el teléfono y marcó su número. Al otro lado, una voz masculina contestó, era él, sin duda. A pesar del dolor, balbuceó que lo sentía. Él entre insultos y gritos colgó. No le dio tiempo a decir que le quería.

Al llegar a casa, encontró a su hija abrazada a un muñeco ensangrentado. Al alzar la vista, vio un retrato de ambos que años atrás ella le había regalado.

Sabía que era su culpa, le había decepcionado.

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