viernes, 2 de abril de 2010

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Recuerdo las noches importantes, abandonábamos la cocina para dejarnos caer en las mullidas sillas del comedor. Solía doblar las servilletas, cada una de una forma distinta, tras plegarlas, las colocaba cuidadosamente en la copa. La sensación de sacar la servilleta y colocarla en las rodillas mientras alguien me llenaba la copa con la bebida de turno, me hacía sentir especial. Recuerdo esas cenas gracias al olor a detergente que desprendían las servilletas y al silencio incómodo de una familia desvinculada. Cuando la impotencia del silencio me podía, solía apretar los labios a la copa hasta romperla, era la excusa perfecta para retirarme.

Fingir que todo va bien nunca se me dio bien, lo siento.

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