viernes, 19 de marzo de 2010

Elefante

Asustada acerca su mano lentamente a la trompa, cuando sus dedos la rozan, retira la mirada y la mano con más miedo del que tenía cuando se acercó. Busca la aprobación en los ojos de su padre, le sonríe y entre risas abraza la trompa del elefante, ya no hay nada que temer. Mira con expectación a la enorme escultura que se yerge sobre su cabeza, es enorme. Su padre la coge en brazos y comienza a caminar dirección Atocha. Es tarde, hay que volver a casa. Con la cabeza apoyada en el hombro de su padre mira boquiabierta al elefante a la vez que se despide moviendo rápidamente su manita hacia los lados.

Con unas enormes orejas, pero sin ojos y sin boca, áspero, frío e inerte guarda el equilibrio sobre su trompa. A pesar de la inexpresividad de su rostro transmite felicidad, bocabajo el mundo es diferente. Su color grisáceo se ve alterado por una línea blanca de suciedad que le recorre el rostro. Recuerda a un muñeco de peluche manchado de helado, puede que ese sea el motivo por el que la niña y él se hicieron amigos. Un peluche enorme en medio de la ciudad dispuesto a escuchar y a recibir abrazos de aquellos que bocarriba, ven y hablan en el mundo real.

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