viernes, 19 de marzo de 2010

Abrázame hoy

Desenreda con torpeza los auriculares, se los coloca y pulsa el botón de reproducción aleatoria. La canción que suena le traslada a su antigua ciudad. Cada estrofa la relaciona con algún momento de su vida, no lo puede evitar. Su mente viaja en el tiempo mientras la pantalla del andén marca que en unos veinte minutos el tren efectuará su llegada. Con desgana se deja caer en el primer banco que encuentra.

Estaba en Madrid, es lo que siempre había deseado, una gran ciudad, personas anónimas, indiferencia…Pasar desapercibida en concreto. Llevaba puesta su chaqueta, le estaba enorme pero a nadie parecía importarle, con ella se sentía a salvo. Estos últimos meses habían sido duros, todos aquellos a los que quería le habían decepcionado, estaba aprendiendo a ser fuerte.

El andén comenzaba a llenarse y en la pantalla seguía marcando veinte minutos, al parecer, uno de los coches del tren se había desenganchado a mitad del recorrido entre estaciones. Iba a llegar tarde a clase, tampoco le importaba, era uno de esos días en los que todo está demás.

Se sentía sola y el echar de menos se había convertido en rutina, ni siquiera sabía si en realidad lo hacía. Necesitaba encontrar su sitio, un lugar donde perderse y encontrarse a la vez. La rapidez con la que su corazón latía interrumpió sus pensamientos. En el andén de enfrente le pareció reconocer el rostro de un viejo amigo. Se levantó y comenzó a gritar su nombre mientras todos los allí presentes la observaban con curiosidad. No obtuvo respuesta.

En el andén contrarío estaba él, le había ignorado y no sabía por qué.

Avergonzada volvió a dejarse caer en el banco, ahora la pantalla marcaba cinco minutos. Por fin, el tren llegó, se sentó al fondo del vagón. Las lágrimas le recorrían el rostro, odiaba llorar pero lo estaba haciendo. Se sentía estúpida. El tren cerró sus puertas e inició su marcha.

Él, con su número de teléfono en la pantalla, miraba cómo los vagones se difuminaban al pasar ante sus ojos. No estaba preparado, aún no la había olvidado. Canceló la llamada, era absurdo.

Su tren llegó, pulsó el botón y las puertas se abrieron. Se agarró con fuerza a la barra amarilla. La chaqueta que ella llevaba era la suya, acababa de darse cuenta.

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