domingo, 8 de diciembre de 2013

Y que me llames bella mientras despejas mi rostro apartándome el pelo tras la oreja y que tu mano recorra mi cuello para posarse en mi hombro.  Mis ojos se pierden en los tuyos, un duelo de destellos negros que se derriten en el halo de hielo que nos envuelve. No sentimos nada.


Examino el paso del tiempo en tus surcos, tus arrugas y alguna cana que se pierde en tu siempre despeinada cabeza y sin embargo no me estremezco.  Sonríes tranquilo. No hay prisa, podemos continuar observándonos mientras sigues acariciándome el pelo y buscas mis labios.  No siento nada.

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