Y que me llames bella mientras despejas mi rostro
apartándome el pelo tras la oreja y que tu mano recorra mi cuello para posarse
en mi hombro. Mis ojos se pierden en los
tuyos, un duelo de destellos negros que se derriten en el halo de hielo que nos
envuelve. No sentimos nada.
Examino el paso del tiempo en tus surcos, tus arrugas
y alguna cana que se pierde en tu siempre despeinada cabeza y sin embargo no me
estremezco. Sonríes tranquilo. No hay
prisa, podemos continuar observándonos mientras sigues acariciándome el pelo y
buscas mis labios. No siento nada.
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