viernes, 8 de octubre de 2010

Publicidad

Gran parte de la publicidad con la que convivimos me resulta mediocre e incluso absurda. Partiendo de que la publicidad es en parte la carta de presentación de un producto, marca o empresa, no logro comprender por qué se empeñan en acercarse tanto a lo despreciable. Los medios económicos influyen en el resultado, es algo indiscutible. Pero bien teniendo un presupuesto austero o no, bajo el amparo de la sencillez se pueden hacer campañas elegantes y que no insulten a la inteligencia humana. La publicidad acerca al consumidor la primera impresión sobre el producto, una impresión que se tiene que “amar” y sobretodo que ha de conseguir que el público se identifique con ella. Se trata de vender una imagen, no de que los consumidores nos mofemos de ella.
En la actualidad he observado que un número notable de spots están protagonizados por niños. Criaturas que venden coches entre otros, con el objetivo de que los niños les vean y pretendan imitarles o simplemente pidan a sus padres ese vehículo. Un ejemplo es una campaña de “Toyota” para EE.UU. en la que un padre construye una casa en un árbol para sus hijos y estos le responden que prefieren el coche citando como argumentos los extras que éste tiene y la casita no. ¿Hasta qué punto el uso de menores es correcto? Es cierto que despiertan la sensibilidad y hacen esbozar inevitablemente una sonrisa en el rostro, pero ¿es ético vender con niños? ¿Es el siguiente paso hijos que ayudan a sus padres a vender productos por la espontaneidad de una presunta ingenuidad? No obstante, resultan simpáticos y agradables.
Por otro lado, he de citar un anunció que vi este verano, se trata de unas cápsulas contra el estreñimiento llamadas “Fave de fuca”, este anuncio en mi opinión encaja en la descripción de lo lamentable. Visualizarlo hace que me den ganas de apagar el televisor y no encenderlo hasta dentro de un par de años cuando alguien haya quemado esa basura. Cuán fue mi sorpresa cuando después de semejante sandez escuche a personas cantando la canción del anuncio, como quien canta el hit del momento. No comprendo la fuerza que una campaña tan estúpida puede ejercer en el consumidor. Aún así supongo que los resultados han sido satisfactorios, al público ha llegado, a costa de qué, es otro tema.
No puedo evitar sentir que padezco un trastorno obsesivo maníaco persecutorio, hayo publicidad mire dónde mire y por más que deseé aislarme no puedo escapar de ella. Está en todos sitios. Mi propio ser es una valla publicitaria, anuncio ropa, comida, universidad, lugares de ocio, música, tecnología… y pago por ello. Nos guste o no, somos esclavos de la publicidad, vivimos de acuerdo a lo que ella dicta. Es la secta que alimenta al mundo, la secta que nos maneja no como el mítico rebaño sino como el magnífico ser único, inimitable e inteligentísimo que somos, ya sabéis, “yo no soy tonto”. Y mientras tanto, sigue acosándome mediante todos los medios imaginables.
La publicidad me obliga a realizar asociaciones intrínsecas, no pienso en tiendas de muebles, pienso en Ikea; tampoco en hamburgueserías, sino en McDonald's; ni en pan de molde, vaqueros, refrescos, yogures…Sustituyo los términos genéricos por marcas, por los nombres de los que pagan para que la madre publicidad me lave el cerebro y me diga que deseche las palabras adscritas a definiciones que aprendí por su nombre comercial. Un nombre que monopolizará mi mente hasta el punto de que si no se llama así lo rechazaré. Todas las agencias de publicidad sueñan con ofrecer a sus clientes esta situación, ser la marca asociada a un producto por antonomasia, sin embargo pocos lo consiguen. Viven en un constante tira y afloja entre las grandes empresas por ver cuál es el que tiene más cabezas bien atadas a sus espaldas. Da miedo pensar que nos dirijamos hacia un futuro en el que el desarrollo de la publicidad acabe dando un puntapié al diccionario. En el que los términos actuales fuesen acepciones; la marca líder, la palabra y las marcas secundarias, sinónimos.

La serie de televisión “Los Simpsons” realiza una sátira sobre esto. Presenta una tabla periódica inverosímil cuyos elementos son compuestos como el “salchichonio”. El colegio como consecuencia de los problemas económicos acepta que la empresa “Oscar Mayer” se publicite y facilite material escolar a la escuela. También llegan al caso extremo de satirizar a la iglesia del pueblo en la que también, en busca de financiación, el templo aparece repleto de elementos publicitarios. Obviamente esto son casos extremos que buscan el equilibrio entre el humor y lo mordaz para denunciar a la sociedad actual. Una sociedad en la que todo es vendible y por lo tanto, todo tiene un precio. ¿Cuánto se asemeja esta caricatura a la realidad? ¿Llegará la publicidad a mantener los organismos propios del Estado del Bienestar? ¿Atenderán médicos de la Seguridad Social con batas patrocinadas, en el mejor de los casos, por laboratorios farmacéuticos? ¿Dejarán los colegios de llevar nombres ilustres para pasar a usar el nombre de grandes empresas como “El Corte Inglés”, “Coca-Cola” o “Movistar”?

La publicidad seguirá buscando públicos objetivos, productos innovadores, nuevos mercados sí es que quedan ya, y creativos cuyas técnicas hagan obtener los mayores beneficios posibles a las agencias y a las empresas. Una publicidad que como ya estamos acostumbrados seguirá velando por nosotros, especializándose en los intereses humanos para acercarse más a nuestras necesidades creadas y protegiéndonos de la originalidad que pueda hacernos pensar por nosotros mismos desviándonos así del camino impuesto. Seremos analizados bajo la atenta mirada de licenciados en psicología, sociología y demás ciencias encargadas de decirnos qué es lo que somos, qué es lo que necesitamos para vivir y ser felices. La solución a todos los problemas, en definitiva. Mientras tanto, el número de locos que sienten padecer trastornos persecutorios publicitarios seguirá aumentando, o eso espero, en un entorno en el que dentro de poco la respiración será un espacio de tiempo ofrecido por.

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