La inmundicia se acumula en mi mente. Formo parte de algún
tipo de desecho, los pedazos de lo que no rompí, la responsabilidad de otras
mentes, el cambio, la consolación del despecho, la morfina del dolor, que ni
cura, ni padece. Al borde del deshielo, consciente escojo y acepto el rol. Te
engaño, siempre.
Llegó la entrega. Consolidada, sin duda. En los infinitos caminos que la oscuridad
ofrece, entre la nebulosa del sueño, casi en trance, despierto las envidias con la certeza de que tratándose
de mi debe haber más.
Aduladores lo afirman, predicen e incluso invierten. Pero
no. La salvaje verdad atiza y sólo de ese modo me invita a comprender que el
destino de los que son como yo es este.
Temidos, amados u odiados.
Habitualmente odiados, por saturación e incomprensión. Tortura eterna
entre el eco de los violines de la desidia, la tristeza y el sobre de invitación
al vals de la muerte.
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