miércoles, 5 de enero de 2011

Ahora

Diciembre ha terminado y noviembre también acabó. No hay andenes ni aeropuertos, tampoco personas ni recuerdos. El coche avanza, la carretera es austera, no hay peaje y la maleza se adueña del arcén. Las gafas protegen del reflejo del atardecer en la nieve, ciega.

Me escuchasteis empaquetar las cosas sin demasiada agilidad, el sonido del agua en la ducha y el grito al ver aquella cucaracha en la habitación.

Vi antes a un par de idealistas agitando sus alas hacia las nubes, más tarde abrí los ojos y descubrí que estaban en el lodo, desechos. El sol no les acogía, sólo la tenue luz de la miseria les abrigaba.

Supongo que debemos construir una trinchera donde nos sintamos amados, porque al final resulta que hay algo más; y en mi caso, buscar un lugar al que poder llamar hogar. Quizá algún día decidamos parar de pelear. Mientras tanto quedan muchos rostros que olvidar, demasiados.

Por mucho que los pájaros canten, por más excentricidades que genere o por menos que mire alrededor. He muerto, reinventado, ignorado y escupido; y sigo siendo la misma inconformista, solitaria e idiota. Dentro de esta peculiar idiotez siento la necesidad de escribir lo que vaga por mi mente.

El viento nos hará libres, es la esperanza de una generación saturada y marcada por los estereotipos. No hay significado, solo falta de quietud y dignidad. Desconozco la repercusión pero hoy sé que me dais asco.

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