viernes, 19 de noviembre de 2010

El café siempre deja solaje

El empeño en lograr la perturbación ajena, episodios cuya razón de ser es evitar la indiferencia. Tú, vosotros; habéis sido capaces de turbar y dotar de un sin sentido amargo un existir que se cuestiona día a día.

No reconocer la vida como propia, no vinculaciones, vacío.

El poso de lo que se solía ser, la ilusión frente a la desdicha y una afectuosidad emancipada. Apesadumbrados huesos. Vil. La palabra como liberación, la psicosis y el miedo ante lo que altera lo lógico de algo que no tuvo lugar, lo lógico de la mentira, lo oculto y la falsedad. Los que arroyaron los restos de un pasado turbio.

Agradecimientos a los viperinos, con jugosas especulaciones surgidas de las tinieblas para, por suerte, aportar la sordidez de la risa más inverosímil y cruel. Dirigiéndose al dolor ajeno, sin pudor ni remordimientos. Atendiendo en sábanas de seda a la venganza. No del culpable, sino del débil, del mediocre.

Una aversión por cortesía del bastardo y de la madre que desciende los escalones hacia el matrimonio con la vulgaridad. Un periodo que demuestra la bajeza humana y la carencia de dignidad reproduciendo actos que fueron elegidos con total libertad. Confundir conceptos básicos. ¿Misma sangre? Sí, ambas son de color rojo.